Mala asesoría de los Trujillo hunde más la memoria de su abuelo
Los sentimientos rasgados por el dolor de la pérdida, evitable, de un ser amado, crean una resistencia más que estimable en esas segundas víctimas que son sus descendientes.
El sentimiento acaso sea el sactum sanctorum de la conciencia de existir, del más íntimo dolor y del ser en su extensión.
Lo experimentan incluso con seguridad aún sea fugazmente los llamados animales irracionales.
No hay que desdeñar nada que se relacione con ese órgano invisible e imprescindible, con esa segunda mente, como la delineó un tratadista.
La asesoría que reciben los descendientes de Trujillo, ellos por azar y por obligación, Trujillo también, va de pésima a peor.
Lo recomendable de su intento de inserción en el debate de pos tiranía es la humildad y la arrogancia guardársela para mejores días, si los hubiera. Encerrarse en una estrecha defensa de su abuelo sin observar por lo menos cierto cuidado en el lenguaje y en las posturas desafiantes no les ayuda para nada.
Parecida pasión a la que desata la inmensa e indeseada finalmente influencia de Trujillo la experimentan ahora sus consanguíneos, en proporción inversa.
(Se cree, con alguna lógica no desdeñable, que el tinglado en que se mueve la orquestación trujillesca actual va en la dirección de solicitar en algún día confiable, documentos a mano, empresas y bienes que constituiría una “herencia” “reclamable” ante la Justicia).
Trujillo se cuidó de “legitimar” y documentar todas sus operaciones económicas y asentarlas en papeles originales aún cuando en muchos casos como los de compras forzadas, manu militari, de bienes inmuebles, debieron ser revocadas y entregados los bienes a los parientes de los dueños originales.
Hay, por ejemplo, y esto no es un secreto de Estado, empresas del Estado que fueron en la práctica regaladas a empresarios o éstos las tomaron simplemente como suyas en razón de su influencia social y económica.
Sin embargo, el reclamo de estructuras físicas hoy en manos privadas debería pasar la gran prueba de la ley que expropió todos los bienes que los hijos de Trujillo no pudieron montar en los barcos y aviones por causa imposibilis.
Lanzar contraacusaciones temerarias incluso contra descendientes de gente que se echó encima el enorme compromiso de salir de Trujillo por la fuerza e intentar ultrajar sus nombres diciendo que fueron “traidores” a su nombre es la mejor manera de echarle combustible a un fuego que no se ha apagado y que achicharra por momentos la memoria histórica.
(Bien vista la historia, el hombre aquél comenzó sus peores tareas persiguiendo militarmente, en nombre de una fuerza interventora, a los patriotas que se enfrentaron a los yanquis en 1916 y eso sí es traicionar a la Patria, más aún, en procura de beneficios políticos y personales).
Hay que recordar, sin olvidarlo jamás, que los sentimientos humanos crean profundas laceraciones interiores cuando son tocados en su intimidad sobre todo con la muerte de un amigo, de un familiar y hasta de una persona desconocida que resulta asesinada hasta por bostezar en el lugar “equivocado”.
Cuando guardaron un comprensible y prolongado silencio se les vio como gente que entendía buenamente su rol de parientes demasiado cercanos de un hombre de tan recio, excesivo.
La actitud por ejemplo de Aida, que ahora reside en el país, no es necesariamente censurable pues ha admitido los hechos en cierto modo y no puede ser obligada a condenar lo que no ha sido su responsabilidad ni su culpa.
Después, han sobrevenido los inexplicables desbarres expresivos que no contribuyen a devolverles la agradecible cordura que mantuvieron en un exilio que ellos, nada tontos, conocen en sus más íntimas razones.
Usted despoja a Trujillo de los desaforados crímenes, de la ausencia de política social (que se mantiene todavía en el país, medio siglo después) del estado de terror político creado durante tres increíbles décadas y ve la “seguridad ciudadana” la confianza en que no será asesinado al menos por un delincuente incluso en la peor oscuridad de una ciudad cualquiera, más y la infraestructura levantada, y lo que resta es un régimen capaz de pasar a la historia con no despreciables prendas.
Un régimen como el de Trujillo, no volverá a haberlo en toda la historia del país en razón de que esas circunstancias históricas, independientemente de lo que haya sentenciado Marx en sentido contrario (“la historia se repite como comedia y como tragedia”) no son reproducibles del modo en que se lo pudiera plantear.
Fuente: El Nacional
El sentimiento acaso sea el sactum sanctorum de la conciencia de existir, del más íntimo dolor y del ser en su extensión.
Lo experimentan incluso con seguridad aún sea fugazmente los llamados animales irracionales.
No hay que desdeñar nada que se relacione con ese órgano invisible e imprescindible, con esa segunda mente, como la delineó un tratadista.
La asesoría que reciben los descendientes de Trujillo, ellos por azar y por obligación, Trujillo también, va de pésima a peor.
Lo recomendable de su intento de inserción en el debate de pos tiranía es la humildad y la arrogancia guardársela para mejores días, si los hubiera. Encerrarse en una estrecha defensa de su abuelo sin observar por lo menos cierto cuidado en el lenguaje y en las posturas desafiantes no les ayuda para nada.
Parecida pasión a la que desata la inmensa e indeseada finalmente influencia de Trujillo la experimentan ahora sus consanguíneos, en proporción inversa.
(Se cree, con alguna lógica no desdeñable, que el tinglado en que se mueve la orquestación trujillesca actual va en la dirección de solicitar en algún día confiable, documentos a mano, empresas y bienes que constituiría una “herencia” “reclamable” ante la Justicia).
Trujillo se cuidó de “legitimar” y documentar todas sus operaciones económicas y asentarlas en papeles originales aún cuando en muchos casos como los de compras forzadas, manu militari, de bienes inmuebles, debieron ser revocadas y entregados los bienes a los parientes de los dueños originales.
Hay, por ejemplo, y esto no es un secreto de Estado, empresas del Estado que fueron en la práctica regaladas a empresarios o éstos las tomaron simplemente como suyas en razón de su influencia social y económica.
Sin embargo, el reclamo de estructuras físicas hoy en manos privadas debería pasar la gran prueba de la ley que expropió todos los bienes que los hijos de Trujillo no pudieron montar en los barcos y aviones por causa imposibilis.
Lanzar contraacusaciones temerarias incluso contra descendientes de gente que se echó encima el enorme compromiso de salir de Trujillo por la fuerza e intentar ultrajar sus nombres diciendo que fueron “traidores” a su nombre es la mejor manera de echarle combustible a un fuego que no se ha apagado y que achicharra por momentos la memoria histórica.
(Bien vista la historia, el hombre aquél comenzó sus peores tareas persiguiendo militarmente, en nombre de una fuerza interventora, a los patriotas que se enfrentaron a los yanquis en 1916 y eso sí es traicionar a la Patria, más aún, en procura de beneficios políticos y personales).
Hay que recordar, sin olvidarlo jamás, que los sentimientos humanos crean profundas laceraciones interiores cuando son tocados en su intimidad sobre todo con la muerte de un amigo, de un familiar y hasta de una persona desconocida que resulta asesinada hasta por bostezar en el lugar “equivocado”.
Cuando guardaron un comprensible y prolongado silencio se les vio como gente que entendía buenamente su rol de parientes demasiado cercanos de un hombre de tan recio, excesivo.
La actitud por ejemplo de Aida, que ahora reside en el país, no es necesariamente censurable pues ha admitido los hechos en cierto modo y no puede ser obligada a condenar lo que no ha sido su responsabilidad ni su culpa.
Después, han sobrevenido los inexplicables desbarres expresivos que no contribuyen a devolverles la agradecible cordura que mantuvieron en un exilio que ellos, nada tontos, conocen en sus más íntimas razones.
Usted despoja a Trujillo de los desaforados crímenes, de la ausencia de política social (que se mantiene todavía en el país, medio siglo después) del estado de terror político creado durante tres increíbles décadas y ve la “seguridad ciudadana” la confianza en que no será asesinado al menos por un delincuente incluso en la peor oscuridad de una ciudad cualquiera, más y la infraestructura levantada, y lo que resta es un régimen capaz de pasar a la historia con no despreciables prendas.
Un régimen como el de Trujillo, no volverá a haberlo en toda la historia del país en razón de que esas circunstancias históricas, independientemente de lo que haya sentenciado Marx en sentido contrario (“la historia se repite como comedia y como tragedia”) no son reproducibles del modo en que se lo pudiera plantear.
Fuente: El Nacional
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