sábado, 21 de enero de 2012

Con Bosch, Peña y Balaguer

El caudillismo murió en RD para dar paso al populismo como estrategia política
Escrito por: Rafael P. Rodríguez
El hombre altamente dominante y efectivo, como arrancado a los dioses y traído a la tierra para que la domine, se resiente de falsía mítica en un escenario multiplicado por factores de apropiación de la calle hasta por los ciudadanos de a pie.
El caudillismo, desde “redentorista populista” y tiránico hasta el represivo e ideológico- personalista, que han conocido los dominicanos, es historia.
No menos lapidaria será la suerte de cualquier tipo de populismo que se resienta de insinceridad en toda la América Latina.
Cualquier ensayo  por revivir el agónico caudillismo nacional está condenado al sepulcro político.
Los funerales de estos estilos pudieran ser inminentes ante la complejidad de los cambios que acechan y los que se perfilan ya.
No hay espacio ya para ese tipo de régimen paródico, caracterizado por la obnubilación popular centrada en el personaje mesiánico que todo lo puede, todo lo sabe y todo lo resuelve de una u otra manera.
Además de lo improbable que resulta una figura humana de esas dimensiones ya no es posible hacerla germinar con éxito.
Los esfuerzos destinados a reimponer un modelo de esa naturaleza resultarían en un tiempo perdido para siempre. La vanidad, el conocimiento erudito, la actualización tecnológica o la atención mediática tampoco salvan a nadie de un probable fracaso en esa dirección.
Cualquiera que intente reimplantar un régimen caudillista en el país a la luz de la actualidad va a terminar miserablemente hundido.
El populismo se halla por igual en crisis y si no se empodera de las valoraciones modernas sobre el manejo de crisis y de pueblos en actitud de cambio, se verá en enormes aprietos.
La gente lanzada a las calles reclamando una mejor educación, el cumplimiento de normas constitucionales y otras vindicaciones van indicando por donde anda el país político.
Los dominicanos deben inventarse libremente un tipo “mítico” para sus referencias políticas a futuro, como lo hicieron tras la caída de la tiranía cuando florecieron los líderes producto de la intensidad particular de aquellos momentos claroscuros.
La función política continuará con actores capaces de actualizar el discurso.
Al mismo tiempo requieren actualizar el reloj histórico que vive el país y el de la historia mundial que no está para cultivos de ciclo prolongado ni para veleidades y menos aún para la continuidad de promesas vanas en medio de una crisis que tensa incluso peligrosamente la vida nacional.
Quienes no entiendan las coordenadas que ofrece la realidad dominicana de hoy no están preparados para un porvenir que irá de dramático a impreciso a luminoso en breves ocasiones.
Hay un momento de confrontación con no sólo la idea sino con los ideales de cada quien y de la multitud.
La gente no acepta ya que se le trate como imberbes, que se le engañe y expolie ni que se  agreda su inteligencia.
El estadio histórico actual es de compromiso con un porvenir que ya no es único sino pluralizado por la praxis, no por el predominio de las apariencias.
No se trata esta liberación del pensamiento antes acaudillable en tiempo real de la República Dominicana sino que se encamina a la mundialidad.
La gente de pronto se ha dado cuenta de que, unida, tiene fortaleza extraordinaria y decisiva.
En el “color local” un evento que se extendió por toda la geografía nacional como el 4 por ciento para la educación ¿no es acaso la medida más o menos exacta de lo que está sucediendo?
¿De qué sirve hablar con una satisfacción padrinezca de institucionalización del país, de la creación de marcos jurídicos, y de organismos constitucionales nuevos si la praxis, con su consiguiente negación de un derecho constitucional de  los dominicanos, niega olímpicamente el habla, la gramática, todos los discursos?
UN APUNTE
Los grandes caudillos
El caudillismo tuvo su origen en el país durante la primera República que se disputaban Buenaventura Báez, Pedro Santana, Gregorio Luperón y Ulises Heureaux: Posteriormente hubo otros caudillos como Ramón Cáceres y  Horacio Vásquez.
Sin embargo, la historia contemporánea recuerda a Rafael Leonidas Trujillo, Joaquín Balaguer, Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez como los caudillos que lideraron los  actuales partidos políticos.

Fuente. El Nacional

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