sábado, 21 de enero de 2012

Desde Rusia hasta América

Los pensamientos políticos que han sobrevivido a sus mentores tras la muerte
Escrito por: Rafael P. Rodríguez
Santiago. Desde hace no escasas décadas, vista la devoción mítica en la Unión Soviética por el cuerpo momificado del conductor que el mundo conoció como Vladimir Ilich Lenin, la práctica cuasi religiosa no es bien vista sobre todo en EEUU.
 La mayor preocupación de la metrópolis ya vieja y cuarteada es qué hacer con los devotos confiados del líder eliminado.
Desde el asesinato del Che Guevara hasta nuestros días por fuerzas entrenadas por la Central de Inteligencia estadounidense se sabe que no goza de popularidad en esos medios tenebrosos la práctica de dejar al descubierto a los líderes previamente eliminados cuando ya no podían combatir ni contra sí mismos. 
Aquí “desaparecieron” a un coronel que se atrevió a desafiar, cargado de abriles y de balas, el portento del Norte y planteó la guerra del huevo contra la piedra.
Posteriormente, de una lucha armada que sólo simbólicamente se podía ganar dio cuenta la historia de su valor. Y de la posibilidad de todo ser humano de reivindicar su nombre y optar por la dignidad o la muerte que suelen andar juntas.
De modo que hay una sistematicidad en ello, hay un plan que se aplica con el rigor que deciden los temores más ocultos, el terror de lo que pudiera pasar. Los cadáveres infunden tanto miedo como  cuando los cuerpos pertenecían a gente activa y peligrosa.
Tratados como instrumentos a exorcizar, lo usual es hacer desaparecer sus cuerpos  previamente profanados, en vista de que no se permite verlos ni a sus familiares ni hay ritos de enterramiento ni nada que los “acompañe” en su “viaje” a las otras fronteras de la realidad.
Se cumple en ellos una ritualidad:
Que no sean objeto de culto, que no se los recuerde porque a lo mejor pudieran resucitar. Tanto terror contra un muerto parece inconcebible en la llamativa racionalidad occidental. La desaparición física obligada de un ser humano no es menos atentado contra su sagrado derecho a “descansar” en un lugar digno como cualquier otro atentado. Convertirlo en pasto del silencio y la soledad supone una confesión de temor ante las consecuencias de que su memoria active los mecanismos retaliativos de la multitud.
La sobrecarga emocional, la provocación que ejerce un cadáver con memoria, la unción mítica, no son detalles a dejar confiados al devenir. La idea es que tan pronto mueren en combate o masacrados se los trague la diosa del tiempo y que no sean jamás recordados como lo que fueron a fin de dejar a tiempo una impronta velada y manipulada de lo que significaron.
 No están del todo equivocados sus enemigos: la revolución cubana se edificó sobre la memoria de un poeta y combatiente llamado José Martí. La revolución nicaragüense de 1979 es la hechura de otro patriota, César Augusto Sandino, y así sucesivamente. La revolución bolivariana de Venezuela no esconde la vida combativa de Bolívar, liberador de un continente.
Las revoluciones latinoamericanas no terminan en una proclama, sólo tienen pausas.

Fuente: El Nacional

No hay comentarios:

Publicar un comentario